El viento
Cuando Dios hizo al primero de los indios wawenock, quedaron algunos restos de barro sobre el suelo del mundo. Con esas sobras, Gluskabe se hizo a sí mismo.
—Y tú, ¿de dónde has salido? —preguntó Dios, atónito, desde las alturas.
—Yo soy maravilloso —dijo Gluskabe—. Nadie me hizo.
Dios se paró a su lado y tendió su mano hacia el universo.
—Mira mi obra —desafió—. Ya que eres maravilloso, muéstrame qué cosas has inventado.
—Puedo hacer el viento, si quiero.
Y Gluskabe sopló a todo pulmón.
El viento nació y murió en seguida.
—Yo puedo hacer el viento —reconoció Gluskabe, avergonzado—, pero no puedo hacer que el viento dure.
Y entonces sopló Dios, tan poderosamente que Gluskabe se cayó y perdió todos los cabellos.
Extraído de "Memoria del Fuego, Los nacimientos" de Eduardo Galeano
Fuente del autor: Péret, Benjamin, Anthologie des mythes, légendes et contes populaires d'Amérique, París, Albin Michel, 1960.
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